LOS ABOGADOS NO PINTAN.

Cuando les conté a mis amigos que estudiaría Derecho, las opiniones se dividieron en dos categorías: las personas que lo entendían, y las que no entendían por qué estudiaría algo que no fuera diseño. A pesar de que me desvivía por asegurarle a todo mundo que sabía exactamente lo que estaba haciendo, la verdad es que mi mente estaba dividida de la misma manera. No siempre he sido una persona creativa, pero desde que me aventuré a explorar esa área de mí, el ámbito creativo se convirtió en un pilar fundamental de quién soy.          

A los 13 años comencé tomando fotos con una amiga de la secundaria algunas generaciones arriba. Ninguna de las dos sabía con certeza qué estábamos haciendo, pero sabíamos una cosa: nos movía, y eso bastaba. Solíamos irnos juntas después de la escuela a su casa y tomar las fotos más extrañas que se nos ocurrieran hasta que se hiciera tan de noche que mi mamá me marcaba preguntándome el típico “¿Te vas a quedar a vivir ahí o qué?” Para cuando tenía 16, tomar fotos ya no era suficiente. Estaba completamente enamorada de todo lo que me permitiera expresar visualmente las cosas que no sabía decir. Dibujar, pintar, tomar fotos, videos, editarlos, intervenirlos. Había descubierto un mundo completamente nuevo y que pintaba las paredes del mío en precioso tecnicolor.            

Mi pasión por todo lo que tuviera colores siguió creciendo durante mi preparatoria, aún y cuando había pasado a un segundo plano por mi participación en actividades de logística que también me encantaban. Recuerdo esa época de mi vida con cariño, ojos cerrados y sonrisas genuinas. Era la calma antes de la tormenta, y el momento antes de tener que enfrentarme a —como yo le llamo— La Gran Pregunta. ¿Qué es lo que más me apasiona? Era aterrador. Tener que preguntarme si me apasionaban más los colores o la profesión que toda la vida había escuchado llamarme me mantenía despierta durante las noches. Tenía que decidir entre estudiar aquello que encendía mi vida o lo que sentía que le daba propósito a la misma. Diseño o derecho.

Me decidí por la segunda con la cabeza en alto y el corazón a mil por hora. Encontré en los colores una parte de mí que antes no sabía que existía, pero no estudiar diseño no significaba que tenía que perderla. Siempre he visto la carrera de derecho como lo hace una niña pequeña frente a un panorámico de su superhéroe favorito: con ojos grandes e ingobernable fantasía. Mi primer semestre me confirmó que no tenía por qué ser sólo un sueño. Rodeada de apuntes las 24 horas del día y leyendo artículos que definitivamente no entendía, me di cuenta de que había tomado la decisión correcta. Mis amigos apoyaban mi entusiasmo y cesaron las dudas de las personas que se cuestionaban si realmente estudiar derecho me haría feliz.              

Como me lo prometí a mí misma, me rehusé a perder mi cariño al arte, así que decidí aplicar de Coordinadora de Producción Audiovisual en Girl Up Tec de Mty, en donde realicé varios proyectos —como el documental Recordemos— que me mantenían cerca de mi lado creativo. No obstante, a pesar de solucionar mis ansias de tener algo creativo en mis manos, surgió un nuevo cuestionamiento en mi vida.            

Retrocedamos un poco. Me había tomado mucho tiempo decidir entre diseño o derecho porque siempre he conocido mi ambición, mi determinación, y francamente mi intensidad para lograr lo que me propongo. A pesar de mi indecisión sobre qué carrera estudiar, había un aspecto que jamás había estado en duda: estaba dispuesta a dar mi 100%, mi sudor y mis lágrimas a lo que estudiara. Entonces, ¿qué estaba haciendo usando mi tiempo libre para editar videos? ¿Realmente se alineaba con darle mi 100% a mi carrera? Las dudas comenzaron a llenar cada centímetro de mi cabeza, y la conclusión siempre era la misma: los abogados no pintan.

Los abogados no pintan, ni editan videos, ni pasan horas viendo videos de cómo lograr un efecto especial en Premiere, ni se compran cursos de Domestika para aprender cómo hacer mejores animaciones. Fue un golpe duro, pero lo había aceptado. Me propuse a aplicar a una coordinación de planeación y proyectos en la sociedad de alumnos de la carrera. Sabía dos cosas sobre la coordinación: que podría ser capaz y disfrutarla debido a mi experiencia como logística en preparatoria, y que se vería bien en mi currículum. Los abogados no pintan, pero supongo que tienen experiencia en planeación estratégica.      

Por azar del destino, terminé como Directora de Comunicación en el Simposio Internacional de Derecho. Recuerdo haber escuchado al universo reírse de mí a la distancia cuando abrí el mensaje en el que me compartieron mi puesto, pero honestamente también me sacó una risa. Embarqué en la aventura con la determinación de “tomar al toro por los cuernos.” Realicé un análisis inicial de la actividad de la cuenta, comencé mi lluvia de ideas, y siempre cargaba una libreta conmigo por si se me ocurría alguna nueva estrategia.

Al principio pensé que mi puesto me ayudaría a seguir ejercitando mi músculo creativo, pero antes de que me pudiera dar cuenta ya estaba poniendo en acción mucho más que eso. No había mes en el que no estuviera analizando el comportamiento de las publicaciones, anotando los factores en común de las “historias” más populares, y creando estrategias basadas en sus estadísticas y resultados. Seguía rodeada de apuntes las 24 horas del día, pero ahora también de dibujos, anotaciones, e ideas. Al término de mi gestión, había logrado aumentar las visitas a nuestro perfil en un 659%, el alcance en un 5,377%, y las impresiones en un 7,536%; además de crear una página web que alcanzaba más de 100 visitas mensuales.

Mi experiencia en el SID me abrió los ojos en más de una manera: trabajé con personas increíbles para realizar un evento del que me siento orgullosa, enriquecí mi experiencia académica y mi conocimiento de derecho a través de las ponencias, aprendí que la creatividad y la lógica pueden ir de la mano para lograr cosas maravillosas, y me abrió la puerta para decidir ser Directora de Comunicación en la actual Sociedad de Alumnos de Licenciatura en Derecho y Derecho y Finanzas.          

Lo que comenzó como una graciosa ironía de parte del universo resultó siendo un parteaguas en mi trayectoria por la carrera de derecho, y hasta ahora, mi historia favorita de aprendizajes. Me di cuenta de que, si bien las palabras nos motivan, muchas veces son los colores los que nos mueven a escribirlas. Es impresionante pensar en que, a lo largo de mi carrera, el 99% de las conversaciones más enriquecedoras que he tenido han sido fruto de mi participación en su área creativa y prueba de que el molde en el que alguna vez intenté encajar no es más que un límite —uno que ya no me interesa ponerme a mí misma.            

Porque sí, quizá los abogados sí pintan.

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